Por: Revista Panenka
La regla del penalti no existió en el fútbol hasta 1891. La idea del irlandés William McCrue generó dudas hasta la disputa de un Stoke City-Notts County de la FA Cup.
A finales del siglo XIX a ningún inglés de aquellos que disfrutaban pateando un balón se le ocurriría pensar que nadie pudiera cometer una infracción deliberadamente para sacar beneficio de ella. ¿Cortar un contragolpe con una patadita suave por detrás? Imposible. ¿Agarrar de la camiseta a alguien que se escapa por línea de banda? No lo creo. ¿Salvar con las manos un disparo que va directo a gol? No, no, no. De ninguna de las maneras. Cómo va a ocurrir eso en un deporte noble, caballeroso y leal como el foot-ball. Pues se engañaban. Empezó a pasar exactamente eso. El fútbol viajaba hacia la pillería. Hacia el taco en la espinilla cuando el árbitro mira a otro costado. Hacia ayudarse de la mano para facilitar el control. Hacia el fútbol de calle, de escondidas, de trampitas pequeñas, indetectables, traviesas.
Quizá los ingleses no fueron capaces de verlo. O es posible que lo obviaran para seguir con la cantinela del juego de caballeros. Y a un portero irlandés comenzó a cansarle aquel tema. Se llamaba William McCrum, era hijo de un ricachón que había hecho fortuna con el comercio del lino, y trabajó durante un tiempo en la empresa familiar. Pero como la cabra siempre tira al monte, acabó metiéndose de lleno en el mundo del fútbol. Primero, como portero del Milford Football Club de la Irish Football League. Más tarde, compartiendo sus ratos bajo palos con un puesto en la federación irlandesa. Fue entonces, en 1890, cuando ya estaba metido de lleno en el máximo organismo del balompié nacional, el momento en el que cambió las reglas del juego.
‘Master Willie’, como le conocían en la pequeña localidad de Milford, llevaba tiempo viendo cómo el fútbol estaba cambiando. Lo dicho. Cada vez menos honroso. Cada vez más violento. Desde su portería iba observando la mutación. Y buscó una solución para que los defensores dejaran de aprovecharse de la poca letra pequeña que había en el ‘contrato’ firmado en la Freemason’s Tavern. Se le ocurrió sancionar aquellas artimañas con un castigo severo. Un tú contra yo. Solos. Duelo de pistoleros del oeste. Disparar una bala para ver si el enemigo es capaz de detenerla. Con el resto de participantes en la escena en un segundo plano. Alejados del desafío para no poder intervenir en él.
Se lo comentó a los ‘jefes’ de la Asociación Irlandesa de Fútbol (IFA) y le compraron la idea. La enviarían a la International Football Association Board (IFAB) para ver qué les parecía. Jack Reid, el secretario general del organismo irlandés, redactó la propuesta: “Si un jugador tropieza o sujeta intencionalmente a un jugador contrario, o manipula deliberadamente el balón dentro de las 12 yardas de su propia línea de gol, el árbitro, en apelación, otorgará al equipo contrario un tiro penal, que se ejecutará desde cualquier punto a 12 yardas.
[once metros] de distancia desde la línea de meta bajo las siguientes condiciones: todos los jugadores, con la excepción del jugador que ejecuta el tiro penal y el portero, deberán pararse detrás del balón y al menos a seis yardas de él; el balón estará en juego cuando se ejecute el disparo. Se puede marcar un gol con un tiro penal”. Y, claro, a los ingleses que les dijeran que querían modificar su juego, el que habían inventado ellos, porque últimamente la cosa se ponía poco cortés, pues no les hizo mucha gracia. Era desenmascarar el rostro feo del fútbol, darlo por sentado. No podían permitírselo.
Todo cambió tras un Stoke City-Notts County. Era ya 1891. Había pasado un tiempo de la propuesta de McCrum y nadie había movido cartas en el asunto. Los dos equipos ingleses se jugaban avanzar hasta las semifinales de la FA Cup, el trofeo por el que más orgullo siente el balompié inglés. Y precisamente ahí, ante los ojos de toda Inglaterra, una mano defensora, deliberada, tapó un chut que no tenía otro destino que la portería, el júbilo en las gradas, un gol más en el marcador. Caretas fuera. Trampas las había. Por mucho que quisieran los ingleses negarlo. Así que tocaba darse un baño de humildad, reconocer que lo propuesto por McCrum podía frenar las deshonras al juego que se cometían por salvar al equipo, y aplicar la norma.
El 2 de junio de ese mismo año la IFAB añadió una nueva regla al juego: el penalti. Aunque no fue hasta 1902 cuando se creó el punto fatídico. Hasta entonces, durante ese periodo, el lanzador podía colocar el balón en cualquier lugar de la línea situada a once metros de la portería. El fútbol, y la pillería -o las trampas, más bien- dentro del área, cambiaron para siempre gracias a William McCrue.
TOMADO DE: https://www.panenka.org/miradas/la-historia-de-los-once-metros/
Foto: Cortesía.
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