Por: Álex López Vandrell – www.panenka.org
Todos hemos visto esa foto espectacular de un campo de fútbol flotante. Pero pocos conocen la historia que se esconde detrás de ese terreno de juego.
A menudo, el fútbol moderno, con sus horarios intempestivos, el abuso del dinero y el menosprecio a los aficionados, nos aleja emocionalmente de nuestro deporte. Nunca deberíamos abandonar la visión idealista de un fenómeno que ha formado y formará parte de la cultura popular, por su capacidad de emocionar y por su capacidad para lograr otros fines que van mucho más allá de ganar un partido o de vender camisetas. El fútbol de verdad tiene que ver con los sueños, no con los negocios. Por eso conviene rememorar historias como la del Panyee FC, para recordar por qué lo amamos tanto. La historia de cómo se originó este modesto equipo tailandés encierra un relato que debería conmover a todo aquel que lo descubra.
El Panyee FC es un club de Koh Panyee, un pequeño pueblo pesquero flotante construido sobre pilotes en el mar. En una bahía protegida del sur de Tailandia, bajo la sombra de un inmenso acantilado de piedra caliza, cientos de cabañas, chozas y casas se agrupan para formar la aldea de Koh Panyee. En ese lugar el mar es poco profundo y tranquilo, lo que permite construcciones elevadas por encima del nivel del agua, dando una apariencia de ciudad flotante. Cerca de 1.500 personas habitan esta peculiar población y, hasta que no apareció el fútbol, no había ningún tipo de instalación lúdica, y mucho menos deportiva. La única actividad que tenían los aldeanos era pescar y hacer regatas. Así fue hasta 1986, cuando un grupo de niños vieron el Mundial de México, se enamoraron de Maradona y se empecinaron en crear su propio equipo de fútbol. Solo había un problema: como la aldea flotante era muy pequeña, no tenían dónde jugar. Lejos de resignarse, decidieron fabricar ellos mismos su propio terreno de juego: Mientras soportaban las burlas de sus vecinos, recolectaron tablas viejas de madera y restos de barcos, y trabajaron incansablemente cada día después del colegio para construir un increíble campo de fútbol flotante justo en los márgenes del perímetro de la aldea.
Así fue como, después de semanas de duro trabajo, alcanzaron el sueño de emular al Diego correteando detrás de un balón. Aquel campo de madera mojada estaba muy lejos de parecerse al Estadio Azteca, pero para aquellos chicos era como si lo fuera. La realidad era bien distinta: la pelota se caía al agua constantemente, la superficie estaba minada de clavos y astillas y resbalaba más que una pista de patinaje. A pesar de eso, los jóvenes nunca cesaron en su empeño de seguir jugando al fútbol. Al contrario. De hecho, esas adversidades les ayudaron a desarrollar una técnica mucho más depurada. Un día, uno de los chavales se topó con un póster que anunciaba un torneo de fútbol local, la Pangha Cup. Aunque jamás habían competido lejos de aquellas tablas de madera, decidieron apuntarse. A ilusión nunca les ganaría nadie. Cuando estaban a punto de partir con el bote para disputar el campeonato, los vecinos les esperaban para regalarles equipaciones que habían comprado gracias a una recolecta entre toda la aldea. Lejos de las mofas de los meses anteriores, los aldeanos habían estado observando todo aquel tiempo como jugaban y, ahora, confiaban plenamente en ellos. Se había construido un equipo y, a su alrededor, se había construido una afición. El fútbol de verdad.
Al llegar al torneo, los chicos estaban nerviosos por la calidad de sus oponentes, pero se conformaban con poder disfrutar de aquella oportunidad. Sin embargo, cuando comenzaron, se dieron cuenta de que eran mejores de lo que pensaban. Jugar con botas les dio más equilibrio, el terreno no era resbaladizo y las porterías eran mucho más grandes de lo que estaban acostumbrados. Contra todo pronóstico, los muchachos llegaron hasta semifinales perdiendo 3-2 después de partido muy disputado. Al regresar a casa, los vecinos les recibieron con orgullo por lo que habían logrado. Que aquellos chicos subieran al tercer escalón del podio, saliendo de donde salían, permitió que Koh Panyee, un pequeño pueblo de pescadores que emerge del mar, fuera conocido y admirado por todo el país.
Después del éxito en el torneo, el fútbol se convirtió en el hobby favorito de Koh Panyee, construyeron un nuevo campo de juego flotante más confortable y siguieron creciendo, sumando más adeptos. Una progresión imparable que llevó al Panyee FC a ganar de forma consecutiva siete campeonatos juveniles del sur de Tailandia, entre 2004 y 2011. Un hito histórico. Un club que comenzó desde la nada más absoluta es ahora uno de los mejores clubes de fútbol base del país.
Esta es una inspiradora historia con ese punto de emotividad del que, a menudo, carece el fútbol actual. Este grupo de jóvenes demostró al mundo que los sueños se cumplen y que las adversidades pueden servir para hacerse más fuerte. No solo se logró crear un espacio de la nada para poder jugar, se logró mucho más que eso: Representando a su pueblo en un torneo, se generó un sentido de comunidad que unió a toda la población. Además, gracias al fútbol y a la ilusión de unos niños, se logró dar a conocer esta remota aldea a todo el mundo. Hoy en día, en este poblado, que siempre había tenido en la pesca su única fuente de ingresos, casi la mitad de sus habitantes viven directa o indirectamente de la industria del turismo. En Koh Panyee ya jamás faltará un espacio para corretear detrás de un balón.
(Fotos extraídas del documental ‘Panyee FC’)
Por: Álex López Vandrell – www.panenka.org
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¡Con Pasión y alegría!